Si hasta hace relativamente poco la mujer que no vivía en su casa familiar era sospechosa de una supuesta “vida libre”, las que en la época que nos ocupa vivían en los campamentos militares rodeadas de hombres lo eran mucho más, teniendo además en cuenta que la gran mayoría de la población femenina nacía, vivía y moría sin haber salido de su lugar de nacimiento.

Todas estas circunstancias nos han conducido a heredar una serie de tópicos peyorativos hacia estas mujeres. Al vivir rodeadas de hombres se les atribuía una mala fama, al margen de lo que hicieran realmente en su vida privada, tachándolas a menudo de ladronas y prostitutas. Podía darse el caso de la presencia ocasional en los campamentos de prostitutas pero era un fenómeno minoritario y menos admitido de lo que pudiéramos pensar y, en todo caso, siempre fuera del campamento. En una época en que enfermedades como la tuberculosis o el tifus hacían estragos, las enfermedades de transmisión sexual eran una auténtica plaga, a la que se intentaba poner coto imponiendo la disciplina más estricta y una constante vigilancia moral y sanitaria.

La familia de los soldados

En realidad, en su mayoría, eran la familia de los soldados a los que acompañaban en campaña: esposas, madres, hijas, hermanas, viudas. Algunas, incluso, llegaron a seguir a sus maridos cautivos a la prisión. En total todas estas mujeres tampoco eran muchas, entre 5 y 10 por cada cien soldados.

Para los seguidores de campamento el ejército era una forma de vida marchando a la guerra literalmente “en familia”, y la mejor fuente de reclutas eran los hijos de los propios soldados que habían vivido en los cuarteles y campamentos desde su nacimiento. Las mujeres y niños ejercían funciones auxiliares, tanto de forma gratuita para familiares y allegados como bajo pago, necesarias pero no previstas en los reglamentos militares de la época: cocinar, limpiar, lavar, coser, tejer, recoger leña y agua, conseguir alimentos, trasladar a enfermos y heridos, incluso en pleno combate, asumiendo también las funciones de enfermeras a las órdenes del cirujano del regimiento, y como costureras a las órdenes del sastre de la compañía, cobrando un salario por ello.

Crossing de ford, de Joseph Louis Hippolyte Bellangé (1837)

Los seguidores de los campamentos compartían con los soldados la disciplina, el hacinamiento, las largas marchas, el trabajo duro, el cansancio, las privaciones, las enfermedades y epidemias, el hambre, las inclemencias climatológicas y, en tiempos de guerra, el riesgo de ser heridos, capturados o muertos.

La normativa

La normativa más extensa sobre este tema, aunque pudiera parecer curioso y sorprendente, es española, publicada en la Gazeta de Madridantepasado del actual Boletín Oficial del Estado-, el 7 de septiembre de 1815, tras la batalla de Waterloo y con la finalidad de tranquilizar a la población civil francesa. En ella se establecen las pautas que habrán de seguir los miembros del ejército español y el personal asociado al mismo. En el punto 14 se especificaba:

 “14). No se consentirá sigan el ejército otras mujeres que las que tuvieren permiso del general en jefe…;… quedarán sujetas y sufrirán las penas conforme a sus excesos…. Cualquiera otra mujer que siguiese al ejército, será aprendida y conducida a encierro por primera vez, y por segunda se la aplicará la pena correspondiente a su desobediencia”.

Gazeta de Madrid del 7 de septiembre de 1815

En la Francia revolucionaria se aprueba el Decret por congédier des armées les femmes inutiles (Decreto para librar a los ejércitos de las mujeres inútiles), de 30 de abril de 1793, que reduce la presencia femenina, por batallón, a cuatro blanchisseuses o lavanderas y un número indeterminado de vivandiéres o abastecedoras autorizadas a vender comida y bebida a la tropa, que deberán tener autorización firmada por el jefe de cuerpo, revisada por el comisario de guerra y llevar una señal distintiva.

La cantinière en los ejércitos imperiales

Con el advenimiento del imperio los términos de blanchisseuse y vivandière serían reemplazados por el de cantinière o cantinera, a las que, además de las autorizaciones pertinentes, se les exigió estar casadas con un soldado del regimiento, y si su marido moría en combate debía a menudo casarse con otro hombre alistado para conservar su condición. Sus funciones se centraron en la venta de comida y bebida -prohibiéndoselas la venta a civiles o soldados de otros regimientos-, llevando desde ese momento un barrilito con los colores azul-blanco-rojo y el número de la unidad o regimiento, que las identificaba como contratistas civiles del ejército. En él transportaban normalmente brandy de varias calidades. También llevaban varias tazas pequeñas de latón para servir su preciado líquido.

Una cantinière da de beber a los soldados

La cantina solía ser un tenderete o carruaje, e incluso una tienda de campaña, que actuaba como un auténtico centro social. Todos acudían allí y, ocasionalmente, se hacían bailes y se representaban obras de teatro.

En la batalla

Las cantineras participaban extraoficialmente del botín, siendo de los primeros en merodear por el campo de batalla buscando heridos propios y botín ajeno. También era frecuente su presencia como “forrajeadores” seleccionando la comida a comprar, requisar o confiscar, con la consiguiente mala fama entre la población civil.

Los días de batalla debían distribuir sus bebidas gratis a los soldados, en numerosas ocasiones bajo el fuego enemigo, lo que era un verdadero regalo para hombres con la boca seca por el miedo y por morder los cartuchos de fusil. Ayudaban a transportar y atender a los heridos. Aunque técnicamente eran personal no combatiente estaban autorizadas a portar armas y usarlas si fuese necesario. Como observó un oficial “muchas cantineras son tan aguerridas como los granaderos veteranos”. Muchos relatos confirman esta observación: una cantinera del 14º de infantería ligera llevó a su marido herido a la espalda, durante 8 kilómetros, hasta una ambulancia. Otra del 57º de línea fue mencionada en los informes del regimiento por haber “entrado dos veces en un barranco, bajo una lluvia de disparos, donde nuestras tropas estaban luchando para repartir dos barriles de brandy” y una tercera fue herida en la batalla de Lützen mientras repartía cartuchos con una mano y brandy con la otra.

La fosa de Vilna

En 2002 en Vilna (Letonia), se encontró la mayor fosa común descubierta de la época napoleónica, con más de 2.000 cuerpos amontonados en apenas cien metros cuadrados, con restos de 56 regimientos diferentes del ejército francés, incluso unidades de la guardia imperial, que habían participado en la campaña de Rusia y fallecieron congelados en las calles de esa ciudad en diciembre de 1812. De los más de 900 cuerpos a los que se pudo determinar su sexo, 27 eran mujeres: un 3% de los miembros de la comitiva del ejército eran seguidoras de campamento.

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